El legado de Elena García

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Por Claudia Mendoza

Periodista y analista del CESPAD

Frente a ella han pasado centenares de mujeres a quienes les ha enseñado cómo hacer medicina natural con al menos 75 clases de hierbas y plantas; las ha instruido para hacer sus propios jardines botánicos y sembrar hortalizas, al igual que conocer sobre sus derechos como mujeres. Conversar con Elena García es rebobinar una película que data de la década de 1980, cuando fundó, junto a otras mujeres más, el Consejo para el Desarrollo Integral de la Mujer Campesina (CODIMCA).

Detrás de esta septuagenaria mujer, que nació el 23 de enero de 1946, hay un cúmulo de sabiduría, amor por las de su género y una determinación a toda prueba que explican el por qué, en el siglo pasado, ayudó a fundar un proyecto que le ha cambiado la vida a miles de mujeres.

¡Vendí un pollo para pagarme el pasaje de autobús!

Elena García Zaldívar nació en El Naranjito, Santa Bárbara, Honduras, pero desde muy temprana edad se fue a vivir a La Entrada, Copán, occidente del país. Tenía 37 años de edad, dice, cuando Tomasa Franco, Reina Perdomo, Leoncia Solórzano, Concepción Umanzor, Rosa Dilia Rivera y Olga Susana Martínez la fueron a buscar a su casa para plantearle la creación de “una organización que nos va a enseñar cosas para mejorar nuestras vidas”.

Aquellas interminables charlas entre estas mujeres le fueron dando claridad a la estructura organizativa. Pero faltaban más mujeres y por eso decidieron dividirse por territorios e ir en busca de ellas. “Fue así como nos dedicamos a ir a otros departamentos”. Pero no fue tan sencillo como parece. “Empezamos haciendo visitas a domicilio en aldeas, caseríos y aquí donde vivimos; caminábamos mucho, por horas, debajo de la lluvia y el fuerte sol porque no había medios de comunicación ni de movilización”, agrega, mientras lanza una fuerte carcajada.

Esos periplos estuvieron antecedidos de un sinnúmero de sacrificios que valieron la pena porque entre 1985 y 1988 ya habían logrado organizar a unos 50 grupos de mujeres dispuestas a juntarse. “Hubo vez que vendí una polla para ajustar el pasaje que costaba 18 lempiras desde La Entrada a San Pedro Sula. Tenía 16 lempiras ahorrados y la polla la vendí por 2 pesos”, cuenta, como otra anécdota más, vivida en aquel momento.

Foto: Elena García Zaldívar.

Para ese entonces, las fundadoras decidieron hacer los preparativos del que sería el primer congreso de mujeres, en la ciudad de San Pedro Sula.

¡Tuvimos que enamorar a los hombres!

Reclutar en el siglo 20 a mujeres para que salieran de sus casas, dejaran a sus hijos y maridos durante un par de días no fue tarea fácil. Elena dice que muchos de esos maridos se paraban a orillas de las puertas a escuchar las pláticas, temiendo que aquello fuese el inicio de la sublevación de sus compañeras de hogar. “Les hicimos ver que era para capacitarlas, para que aportaran al hogar. Muchos no entendían y lo consideraban un desperdicio de tiempo”, comenta.

Elena es hija de dos campesinos que le enseñaron mucho sobre el campo, por eso se valió de ese conocimiento para convencer a los celosos maridos. “Mire señora, me decían, a mí no me gusta que mi mujer ande en casas ajenas, en reuniones de patronatos ni nada. Yo en cambio les contestaba, siéntase dichoso que tiene una mujer activa que quiere un futuro para su familia».

Ella va a aprender a hacer proyectos, por ejemplo, cómo echar gallinas correctamente para que no pierda ningún pollo”. Eso ayudó a “pararle las orejas de muchos incrédulos”. Uno me dijo, mi mujer ya sabe cómo echar gallinas. No, le dije, no sabe. Pone 15 huevos y se pierden 10. Yo le enseñaré para que saque los 15 polluelos. Y así fue, al ver el resultado, muchos abrieron espacio y dejaron en paz a las mujeres porque sus economías iban mejorando.

“Yo gocé esos tiempos en CODIMCA”, recuerda, mientras hace una pausa para seguir escudriñando en su mente las mil y una aventuras que vivió para dejar sentadas las bases de esa organización. Rompe el hilo cronológico de la conversación para agregar, “es que fíjese que mi papá tenía un libro de secretos de la naturaleza y me enseñó a hacer abonos orgánicos con hojas, estiércol de caballo, cómo cuidar bien los animales y hacerlos reproducir como se debe”. Nuevamente detiene su elocución para agregar, ¡volvamos al Congreso!

Un primer gran congreso… con mujeres analfabetas

Elena y las demás fundadoras estaban a punto de viajar al norte del país para dirigir el primer congreso de mujeres que sostendrían como organización. Pero faltaba algo muy importante, darle nombre a la estructura que estaba a punto de nacer. Se barajaron “Amor y Paz” como opciones, rememora. Pero dispusieron hacer una mezcla de palabras con las que conjuntaron “Consejo para el Desarrollo Integral de la Mujer Campesina”.

Foto: WeEffect

Y así, el mes de octubre de 1988 llegó y abrigó en una casa de esquina del Barrio Paz Barahona a unas 400 mujeres que venían de Copán, Santa Bárbara, Intibucá, Yoro y Cortés. “CODIMCA unida jamás será vencida”, “la mujer en casa, el desarrollo atrasa”, fueron entre muchos otros los mensajes que hicieron en cartulinas de colores y que colgaron en las paredes para adornar, junto a jarrones con flores, la bienvenida de las mujeres.

Con un hálito de tristeza en su voz, Elena recuerda que aquella concentración evidenció que apenas una de cada cien mujeres sabía leer y escribir. Conformar la junta directiva y delegar funciones a los grupos en las diversas zonas fue difícil porque eran muy pocas las mujeres que en su vida habían tomado un lápiz entre sus dedos. Pero el tono de Elena se exalta porque dice que aquella situación dio paso, meses después, a la realización de una ardua tarea: enseñarle a leer y a escribir a estas mujeres. “Nos movimos con algunas organizaciones como Plan Internacional y nos ayudaron a alfabetizarlas. Nos dieron materiales y nombraron técnicos que eran promotores que visitaban a las mujeres… y nosotras encima. Ellas aprendieron, todas, a leer”, dice muy orgullosa. Y es que no es para menos, ese programa se mantuvo durante 10 años y se alfabetizó a unas 4 mil mujeres y sus familias, en zonas de Santa Bárbara, Colón y Copán.

Entre el bullicio de las mujeres, música, carne, elotes y pollo asado; guineos verdes y frijoles fritos, aquel primer gran congreso al que llamaron “Ruth García Mallorquín«, (en honor a una luchadora incansable por el respeto de los derechos de las y los campesinos, torturada y asesinada en la masacre de Los Horcones, en Olancho, en 1975), se convirtió en un gran festejo.  En esa reunión se estructuraron asambleas nacionales, sectoriales, regionales y de base; los objetivos, fines y áreas de trabajo de la organización. “Después de que ni para el pasaje teníamos, fueron comidales los que hasta nos sobraron”, adiciona, en medio de otra sonora carcajada.

El trabajo de CODIMCA

Para Elena, la naturaleza es sabia y de sus entrañas emana la vida. “Entonces ¿por qué no aprender cómo sobrevivir de ella?”, se pregunta. En respuesta, con esa premisa y durante muchos años les enseñó a las mujeres a conocer las plantas, las semillas y las flores que ellas mismas recolectaban para fabricar diversos tipos de brebajes y pomadas. “Yo aún hago vick (nombre comercial de un ungüento a base de mentol y eucalipto), hago una que yo llamo tintura, que quita el dolor de cólicos, de menstruaciones y otras cosas”, dice.

¿Y cómo hace el vick y esa tintura?, pregunté. Elena sonríe y dice, “no le voy a decir porque me va a quitar la receta”. Se ríe y añade, “es broma, con gusto le enseño”. Y de ese modo, la emotiva anciana comenzó a hablar del drago, de la manzanilla, de la pimienta gorda, de la resina de ocote, de las hojas de eucalipto y de cómo, con la mezcla de muchas de ellas ha creado medicinas para curar la anemia, el dolor de vientre, el sangrado vaginal, entre otros males. “Fui probando, agregando más cosas a las recetas que mi mama y mis ancestros sabían que eran buenas”.

Pero Elena rápidamente retoma la plática para aclarar que cuando habla de salud no solo se refiere a cómo curar una calentura o un cólico, porque su concepto de salud es integral. “Más allá de la salud personal y ambiental, la salud comienza por querernos, conocernos, conocer nuestro cuerpo, aceptarnos, dar amor a los demás, tratar bien a los demás para estar sanos desde lo espiritual. Aprender a desaprender porque la salud entra hasta en el vocabulario que ustedes tienen”, recuerda que les decía a las mujeres en los talleres.

Las charlas sobre derechos de las mujeres y de la violencia doméstica no faltaron. A las mujeres también se les enseñó a dibujar y bordar mantas y a fabricar tapetes de croché. “A sacar el arte y talento que llevaban dentro”, dice, mientras cada una de ellas estaba, a la par, atendiendo sus jardines botánicos, sus huertos y hortalizas, o sus crías de animales.

Retirada de CODIMCA, pero no de sus sueños y anhelos

Oficialmente y por algunas complicaciones de salud, Elena se retiró de CODIMCA desde el año 2012. Siempre sabe qué pasa alrededor de una organización que mantiene aglutinadas, en la actualidad, a unas 6 mil 500 mujeres organizadas en 380 grupos de base, diseminados en 8 departamentos, de los 18 que tiene Honduras. Desde allí se promueve la integración de las mujeres del campo, al igual que se lucha por el rescate de la identidad de la mujer campesina. Sin embargo, de vez en cuando accede a las peticiones de alguna que otra organización que le solicita compartir en algún taller sus saberes y conocimientos. “Me dan el transporte, la comida y la dormida y yo soy feliz porque puedo ayudar a otros”, afirma.

Esta septuagenaria mujer dice, al finalizar la conversación, que resiente que los tiempos hayan cambiado. Hoy ve casi imposible que en medio del contexto actual se pudiesen retomar las prácticas con las que ella y sus amigas fundaron CODIMCA. “Se han perdido muchos valores, hay mucho peligro, tanta delincuencia. La gente muere de hambre cuando pudiesen estar cuidando la naturaleza para vivir de ella”, cuestiona.

Y así se dibuja parte del gran legado de Elena García, una sabia mujer de 74 años de edad que despide esta entrevista con el siguiente mensaje: “a las mujeres organizadas y a todas las hondureñas, levántense, no se queden paradas, piensen en el desarrollo de su comunidad, de su pueblo, de su aldea, de su patria que es Honduras”.

Pero, por si las sorpresas devenidas de esta extraordinaria mujer no fuesen suficientes, quiso despedirse con una poesía de su autoría, de un repertorio cercano a las 50 inspiraciones.

¡Honduras es nuestra tierra!

Honduras nuestra tierra, la que nos miró nacer.
Es la madre buena y fértil, la que nos miró crecer.

Es por eso que le amamos con todo el corazón,
proponemos se respete todita nuestra nación.

Es Honduras nuestra tierra, la que amamos tanto y tanto,
que decidimos unirnos con los hermanos del pueblo
porque unidos marcharemos defendiendo sus encantos.

Son sus pinos encantados; su color es verde olivo
Son sus ríos cristalinos, los campos labrantíos
Las fértiles montañas, los valles y cabañas que se adornan con el canto de los bellos pajarillos.

Es por eso que los indígenas muy unidos estaremos
Cuidando nuestras riquezas, defendiendo los encantos que todavía quedan.

Si por una causa noble ofrendáramos la vida,
con honor y sacrificio las almas llegan al cielo
y la sangre borbollando rociaría nuestro suelo.

Dios bendiga nuestra tierra, la que nos miró nacer
Dios bendiga nuestra madre, la que nos miró crecer.

Elena García, Las varas, Macuelizo, Santa Bárbara, 1986.

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