¡Abrí las piernas!…los abusos sexuales de las trabajadoras domésticas en Honduras

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Por: Signy Fiallos y Claudia Mendoza

Como si formara parte de sus deberes en el servicio doméstico remunerado, muchas mujeres son obligadas por sus patrones a tener sexo. Otras son violadas sexualmente o acosadas por el patrón, el hijo del patrón y a veces hasta por las patronas. No hay registro puntual de cuántas mujeres sufren abusos sexuales en Honduras, pero sí testimonios que hacen visible una situación silenciosa y muy dolorosa.

Contar este tipo de episodios resulta hasta vergonzoso para muchas de las mujeres del servicio doméstico remunerado. Eso, más el hecho de que esta situación acontece detrás de las paredes de una vivienda, hacen presuponer que nada puede evitarlo. Las historias que a continuación narramos no fueron sacadas de la imaginación de quienes escribimos. Cambiamos el nombre de las protagonistas por razones obvias, pero los hechos que aquí se cuentan son reales.

“Te acostas conmigo o te mato”

La llamaremos Esperanza. Asociamos el seudónimo dado a la protagonista de esta historia porque eso alberga ella en su interior: la esperanza de que la situación de las mujeres del servicio o trabajo doméstico remunerado en Honduras, cambié algún día. Dos veces, dos patronos distintos, intentaron abusar sexualmente de ella. “Gracias a Dios”, dice, “solo me manosearon y me sacaron el susto”. Hoy quiso contar su caso para que se sepa lo que viven ellas en las cuatro paredes de ese mundo privado, de los impenetrables muros de esa nebulosa.

Esperanza llegó a la colonia Villa Olímpica, en Tegucigalpa, proveniente de Yuscarán, oriente de Honduras. Trabajó 3 meses en una casa en la que cuidaba a dos niños de 11 y 5 años de edad. La madre de los pequeños viajaba contantemente al norte de Honduras, pero el patrón tenía un horario irregular vendiendo autos semiusados, que importaba desde los Estados Unidos, por eso llegaba a la casa a la hora que él deseara. “Desde que llegué a trabajar vi cómo me miraba y me decía cosas”, contó Esperanza, mientras agregó que así comenzó a asediarla. Se trataba de hallarla sola. “Lo primero que hacía era quitarse la ropa y comenzar a caminar en calzoncillos y caminaba para que lo viera, hasta que un día se me acercó y me apretó contra su cuerpo  y me restregó su pene; me  decía que fuéramos al cuarto”. Esperanza lo amenazaba con contarles a su esposa y a una vecina que tenía de amiga la familia; así lograba evitar que abusara de ella.

Recuerda que un día mientras lavaba el baño, su patrón llegó sorpresivamente. Se acercó, la atrajo por la fuerza hacia su cuerpo y  comenzó a tocarla. Y mientras intentaba arrastrarla por los brazos y pelo, y pretendía bajarle sus pantalones, se escucharon los gritos de los hijos del patrón, llamándola desde afuera. “Él no sabía que ese día los niños vendrían temprano de las clases y eso lo puso nervioso y salió corriendo a ponerse la ropa. Yo me fui a abrirles, los abracé y le di gracias a Dios. Ese día dormí con ellos porque mi patrona no estaba y me dio miedo que se metiera a mi cuarto a violarme”, contó.

Ese breve episodio se había repetido en reiteradas ocasiones, pero ese mes esperó hasta el día en que recibió su sueldo. Salió de aquella casa y nunca más regresó.

“Abrí las piernas o te meto un tiro”

“De las brasas, Esperanza cayó al fuego”. Al dejar el trabajo anterior esta mujer, hoy de 44 años, nos narró que fue a trabajar a Prados Universitarios, otra colonia ubicada en Tegucigalpa, en donde cuidó un bebé de 8 meses. “Al principio todo iba bien, pero cuando mi patrona no estaba, el patrón comenzó a tocarme cuando estaba en la cocina, o en el cuarto. Yo no sé, pero a veces creo que los hombres se aprovechan de la humildad de uno. Es como si saben que uno es miedoso”, dice, mientras sigue contando que allí solo estuvo dos meses. Sin embargo, ese fue suficiente tiempo para sufrir otra racha de vejámenes.

Su acosador la vigilaba y esperaba a que su esposa saliera para intentar seducirla, pero al obtener resistencia como respuesta, como ocurrió en una oportunidad, la metía por la fuerza en su cuarto. “Una vez me tiró a la cama y él se me tiró encima. “Abrí las piernas”, me decía, mientras intentaba desabrocharse sus pantalones. Pero la situación se le complicó porque no pudo coordinar el quitarse sus pantalones y taparle la boca a la joven para evitar que los gritos que daba, se escucharan por los vecinos.

Esperanza atribuye a la “divina providencia” el que su patrón no la haya violado ese día. Sin esperarlo, un guardia de seguridad de la colonia llegó a tocar la puerta y al ver que nadie abría, comenzó a llamar por su nombre al patrón de Esperanza. “Yo no tenía con quien hablar y con los guardias comenzamos a hacernos mis amigos. Me contaron que tuviera cuidado que el patrón porque tenía fama de acosar a las trabajadoras y fue cuando decidí contarles lo que yo vivía”. Esperanza afirma que el guardia le dijo, momentos después del percance, que al ver que su patrona se había ido presintió que algo podría estar pasando. Por eso llegó y tocó la puerta con insistencia. Esperanza aprovechó el momento para salir de la casa hasta que su patrona regresara. Al día siguiente se fue y abandonó ese trabajo.

Nancy y un patrón que la “manoseaba”

Nancy hoy es una mujer de 25 años, tiene una hija de nueve y es originaria de un pueblo al sur de Francisco Morazán. Su vida laboral, en la que ha conocido abusos, incluyendo los sexuales, comenzó a sus escasos 12 años, cuando fue llevada por su madre a Tegucigalpa, a trabajar como empleada doméstica en una casa en la que tenía que hacer la limpieza y cuidar a una pareja de dos adolescentes, mayores que ella.

“Yo no sabía hacer nada, mi patrón no tenía esposa y él fue quien me enseñó a limpiar y a planchar, pero yo no me acostumbré y solo estuve tres meses y me regresé a mi pueblo. Antes de los 15 años yo ya había tenido cinco trabajos en los que me pagaban entre mil y mil 500 lempiras”, recuerda. A esa edad regresó a su pueblo y allí trabajó cuidando a una anciana que tenía un nieto que vivía en la capital, pero que viajaba constantemente a ver a su abuela. “Él siempre me estaba enamorando. Como a los dos meses la señora murió y justo en el velorio de la señora él me embarazo. Lo volví a ver cuando regresé a trabajar a la capital y lo llamé para decirle que estaba enferma con vómitos, pues no sabía que estaba embarazada, pero él se alejó y no volví a saber de él. Así nació mi hija”, apuntó. Desde entonces es madre soltera.

Una vida llena de abusos

“Mi vida ha sido de trabajar como doméstica; en algunos lugares me han tratado bien en otros con indiferencia, otras veces mal, pero hace unos cinco años fui a trabajar a la colonia Cerro Grande donde una pareja con una niña, la cual yo cuidaba, la señora era muy buena conmigo, pero el esposo me acosaba. Al principio comenzó tirándome piropos y después me comenzó a tocar; yo lo evadía porque me daba miedo. Luego llegaba a horas en las que yo estaba sola en la casa y que él debía estar trabajando y decía a tocarme, por lo que yo le decía que le diría a la señora y eso lo frenaba”, dice.

Pero en las noches, el patrón entraba a su cuarto con el pretexto de que algo se le había perdido. “Mi dormitorio también era una bodega y decía a manosearme y yo lo empujaba; le tenía miedo. No le decía a la señora por miedo a que me despidiera y yo necesitaba el trabajo para mantener a mi hija”. Justo cuando ya no hallaba qué hacer, Nancy encontró otro trabajo y renunció. Ahora trabaja limpiando casas por día, encontró un hogar donde la acogieron con su hija y ha seguido estudiando. Este año cursará su último año de bachillerato y espera poder tener mejores oportunidades para dejar el trabajo doméstico.

Un estudio que refleja los abusos

La red de Trabajadoras Domésticas de Francisco Morazán, con el acompañamiento del Centro de Estudios de la Mujer-Honduras (CEM-H), realizó un estudio que revela las injusticias y los abusos que cometen los patrones en contra de las mujeres que laboran en este rubro. Fueron 405 entrevistas a trabajadoras domésticas remuneradas, en los departamentos de Cortés, Atlántida, Choluteca, Francisco Morazán e Intibucá, las que se realizaron.

Los datos son contundentes: el 36.2% de las trabajadoras domésticas remuneradas expresaron recibir violencia de  los patronos (hombres); un 20.7% de los familiares de las patronas mujeres y un 17.2% de los familiares de los patrones. El estudio también revela que el  8.6%  recibe violencia de su pareja; 3 de cada 10 que tienen pareja reciben violencia de su cónyuge; el 6.9% reciben violencia de sus familiares y el 10.3% la recibe de extraños.

De hecho, un episodio sorprendente ocurrió al propio equipo que realizaba las encuestas que sustentan el estudio. Mientras entrevistaban a una mujer que trabaja en el servicio doméstico remunerado, en Choluteca, sur de Honduras, un individuo irrumpió empujando a la entrevistadora y golpeando a la trabajadora doméstica entrevistada, a quien forzó para que le entregara el dinero de su salario semanal. Era el agresor que tiene por pareja y de quien, apenas, unos minutos atrás había contado al equipo.

¡Un mundo privado…un mundo que esconde las injusticias!

Glenda Lizeth Aguilar

Para Glenda Lizeth Aguilar Ardón, integrante de la Comisión Política de la Red de Trabajadoras Domésticas de Francisco Morazán, hay un problema serio y estructural alrededor de los abusos que se cometen en contra de las mujeres que laboran en este rubro.

“Como los abuso sexuales suceden a puertas cerradas, prácticamente se vuelven privados y entes como la Secretaría de Trabajo no cuentan con mecanismos que permitan inspeccionar las viviendas y mucho menos, un mecanismo que permita que las mujeres denuncien lo que sus patronos les hacen”, cuestiona Aguilar.

En este rubro es común, dice, encontrar opiniones que consideran que se está violentando la privacidad de los hogares y al tenor de esa consideración, la violación de las trabajadoras queda encerrada en las impenetrables paredes de una casa de habitación”.

Esta defensora de derechos humanos insiste en decir que es urgente poner en práctica inspecciones en los hogares, que la Secretaría de Trabajo aclare que no hay ninguna violación a la privacidad, sobre todo porque en el interior de ese hogar se está llevando a cabo una relación laboral que también debe ser objeto de supervisión.

Es urgente, agrega, continuar concientizando y sensibilizando a  la sociedad hondureña e impulsar campañas para que la Secretaría de Trabajo garantice inspectorías en los hogares.  “Nuestro trabajo ha evidenciado que muchas niñas menores de edad trabajan en el servicio doméstico remunerado. Se imagina, si para uno de mujer mayor, es difícil salir bien librada de una violación sexual, no digamos para una niña que no tiene fuerza para defenderse”, puntualizó diciendo.

Congreso Nacional de Honduras engaveta Ley del Trabajo Doméstico

Las mujeres que integran la Red, junto a organizaciones como el CEM-H, han luchado durante años por normar el trabajo doméstico remunerado con equidad y justicia. De allí que desde el año pasado se logró introducir una Ley que regule el Trabajo Doméstico ante el Congreso Nacional. Esperaban que este año comenzara su discusión, sin embargo, como muchas otras leyes, pasó a la lista de espera.

Mirian Suazo es integrante del CEM-H y coordinadora del proyecto que acompaña el proceso de la Red. “Creo que a nivel del Estado hay compromisos incumplidos. De la Ley, en el Congreso Nacional sólo se han discutido 8 artículos de un total de 30. Desagraciadamente ahora está engavetada”, denunció.

Para Suazo, los abusos sexuales se han naturalizado, no sólo dentro del rubro de trabajadoras domésticas remuneradas. “En un país con estos índices de inseguridad, la violencia contra las mujeres se convierte en un tema de seguridad pública”, cuestiona.

Las organizaciones de mujeres en general y en particular, las defensoras de derechos humanos de las trabajadoras domésticas, coinciden en que será difícil lograr cambios normativos en este rubro, pues estos abusos tienen como asidero una cultura machista, que hace que las y los jefes sigan considerando a las trabajadoras domésticas objetos, como el resto de las cosas que hay en su casas de habitación.

Pero la lucha sigue y la siguiente batalla continúa en el Congreso Nacional.