Deuda pública: “eso no es problema”

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Por: Hugo Noé Pino.

El aumento inesperado y fuerte de los precios de los derivados del petróleo en la década de los 70s produjo una enorme liquidez en el mercado internacional producto de los denominados petrodólares. Muchos de los países latinoamericanos buscaron en el endeudamiento externo una forma fácil de agenciarse recursos presupuestarios sin importar las consecuencias. El resultado: la enorme crisis de deuda que estalló para la región a comienzos de los 80s.

Existía tanta euforia por los préstamos externos en ese tiempo que cuenta que una institución hondureña vinculada a la tristemente famosa (por la quiebra a la que la sometieron) Corporación Nacional de Inversiones (CONADI), solicitó un préstamo por 50 millones de dólares a un banco europeo, y que en la nota de aceptación el monto era equivalente a 80 millones.

Aunque la crisis de la deuda hondureña no tuvo la connotación del resto de América Latina, la cual estaba ligada al mercado financiero privado internacional, sí alcanzamos una fuerte crisis con los organismos multilaterales y bilaterales de crédito en los 90s, al punto de ser considerado país pobre altamente endeudado. A mediados de esa década el Estado hondureño estaba pagando en servicio de la deuda el equivalente a la suma de su presupuesto en educación, salud y obras públicas.

Estos recuerdos se vienen a la mente cuando se escuchan versiones oficiales sobre la última colocación de bonos soberanos por un monto de 700 millones de dólares en el mercado internacional a una tasa de 6.25% y a un plazo de 10 años (pudimos haber colocado 5,000 millones nos dicen). El costo del préstamo no incluye las comisiones (al BCH sólo llegó 692 millones) más la depreciación del tipo de cambio a una tasa anual (mínima) de 5%.

Si la deuda de la ENEE doméstica estaba a 6.25% de acuerdo a los mismos funcionarios, no existe un alivio importante del costo de deuda. Sin embargo, se replica, el alivio es el flujo anual, dado que, en vez de ser de corto plazo, la deuda se convierte en de mediano plazo. Entonces la pregunta es si no hubiese sido mejor renegociar la deuda interna.

En el lenguaje oficial la deuda no es un problema, se nos dice. Sin embargo, veamos más de cerca las cifras: en 2008 la deuda pública era de alrededor de 3,000 millones de dólares (21% del PIB), en la actualidad es más de 10,000 millones de dólares (49% del PIB). Para los mismos años, la deuda interna era el 22% de la deuda total, para el presente año es de alrededor 35% (deuda más cara y de corto plazo).

En el pasado, el endeudamiento hondureño era en términos básicamente concesionales (tasas de interés bajas, vencimientos más largos, períodos de gracia), en la actualidad tenemos bonos soberanos en dólares por un total de 1,700 millones de dólares a 7.5%, (500 millones) 8.75% (500 millones) y 6.25% (70 millones) a plazos no mayores de 11 años.

Esta “confianza internacional” en el país nos cuesta para los primeros dos tramos de bonos soberanos más de 1,600 millones de lempiras anuales solo en intereses, más lo que viene con el nuevo tramo de 700 millones. En 2020 que toca pagar el principal del primer tramo de bonos soberanos, el gobierno de Honduras tendrá que pagar cerca de 14,000 millones de lempiras de una sola vez por concepto de capital.
A esto hay que agregar, que en los cuatro años (incluyendo 2017) del presente gobierno, el servicio de la deuda habrá absorbido en recursos presupuestarios cerca de 120,000 millones de lempiras, casi el equivalente de todo el presupuesto de 130,000 millones de lempiras del gobierno central en 2017.

Solamente el presente año el servicio de la deuda está presupuestado en 30,000 millones de lempiras. Para tener una idea de lo que significa dicho monto, habría que recordar que en 2017 el presupuesto de Educación asciende a 26,000 millones de lempiras, el de Salud 14,000 y la inversión pública del gobierno central cerca de 11,000 millones. Adicionalmente, el servicio de la deuda limitará fuertemente lo que se puede hacer en materia social y de crecimiento económico en los años venideros. ¿Habrá motivos para que nos preocupemos por la deuda?