Por: Claudia Mendoza
Al amanecer, la quietud del lugar y los intensos colores de las ropas que siempre usan y que hacían comparsa al brillante sol que iluminaba, nos daban la bienvenida. Era el día final de un encuentro que realizaron, durante una semana, mujeres indígenas y negras de Honduras, en una zona que los Garífunas recuperaron de las garras de los terratenientes. De hecho, en la comunidad de Vallecito, municipio de Limón, Colón, aún huele a lucha.
En Vallecito hay decenas de chozas hechas de bahareque las paredes y palmas de coco los techos. La zona es utilizada por las y los Garífunas como un lugar de encuentro entre las comunidades, pero también para la realización de sus ancestrales ritos. Por eso, aquella no era una reunión cualquiera y, de hecho, los tambores anunciaban el inicio de los ritos que estaba a punto de presenciar. Fue un privilegio observar cómo en una de las cabañas más grandes que se encuentra en el centro de la zona, convergían decenas de mujeres garífunas y en menor cantidad hombres, para comenzar la ceremonia.
El olor profundo a incienso pronto empezó a brotar a borbollones de aquella cabaña, al igual que los inconfundibles cánticos que le impregnaron misticismo al ambiente. Era imposible que los pelos no se pusieran de punta y que el escepticismo no asomara también, pues quien conoce medianamente de la cultura Garífuna sabe que los ritos y bailes son una evocación y un llamado a sus ancestros y ancestras, ya que esta cultura tiene arraigadas sus creencias y convicciones en que sus antepasados intervienen diariamente en sus vidas y en las acciones que como comunidad, de forma colectiva, realizan.
El Buyei, Chaman o médico espiritual, que es la persona que se encarga de determinar el origen de las enfermedades de quienes integran su comunidad y quien además es la mediadora entre los Garífunas y sus antepasados, estuvo presente en todo el rito del cual me pidió guardar distancia, pues sus ancestros serían quienes tendrían la última palabra para decidir si podía ingresar o no, a la cabaña. Como nunca lo autorizaron tuve que observar a cierta distancia, pero fue la suficiente para apreciar los diversos bailes y cantos que con vehemencia entonaban aquellas mujeres y hombres, mientras una capa de incienso que invadía el recinto, hacía mágico el momento.
En la cocina, entre tanto, hombres y mujeres preparaban los alimentos que antes de consumirse por los presentes, se ofrecerían en ofrenda a sus antepasados. Y así fue, mientras las mujeres y hombres seguían danzando y cantando, otro grupo ingresaba con la exquisita comida que recién acababan de preparar.
Una de las características de este grupo y que se palpaba en el ambiente, es el fuerte arraigo al matriarcado, un aspecto importante de esta cultura que los convierte en el único grupo étnico Matriarcal o Matrifocal en Honduras. Y de hecho, la experiencia en Vallecito, más allá de textos y documentación alusiva que al respecto se podrían citar, dejó marcada esa diferencia existente entre los Garífunas y el resto de los grupos étnicos de Honduras.
Fui testigo de cómo los hombres y mujeres adultas, al igual que la generación joven, con una particular reverencia obedecían las peticiones, directrices, mandatos e instrucciones de las lideresas Garífunas. “Ellas son como nuestras madres”, decía un joven, de entre muchos que se encontraban en el evento y que coincidían al consultárseles su opinión sobre esa costumbre. Afirman que desde niños se les enseña a respetar a las mujeres, particularmente las de mayor edad que son, a la vez, las que se reúnen para adoptar decisiones importantes para sus comunidades, siempre guiadas por sus antepasados.
Este grupo ha forjado su destino sobre una vida de luchas por la defensa de sus territorios, por eso realiza protestas públicas que se hacen con la consulta y la petición de acompañamiento de sus ancestros. De allí que es común ver a las y los Garífunas danzando, cantando y cargando incienso en los actos que realizan, pues están convencidos que los espíritus de sus antepasados vibran al son de los sonidos de sus tambores, de sus caracoles y de sus cantos. Ese, sostienen, es el puente a través del cual evocan su pasado para ayudar a moldear su presente y su futuro.
Con este escrito pretendo destacar parte de los aspectos culturales que caracterizan a los Garífunas, grupo poblacional que junto a los Tawakas (Olancho), Los Lencas (La Paz, Comayagua, Intibucá, Lempira y parte de Choluteca), Los Maya-chorti (Copán y Ocotepeque), Los Tolupanes (Yoro y Francisco Morazán), Los Pech (Olancho y parte de Colón) y Los Miskitos (Gracias a Dios), conforman los 7 grupos étnicos oficiales en Honduras. Sin embargo, y lamentablemente, a diferencia de los demás grupos indígenas, los Garífunas sobresalen porque han sabido defender sus territorios, al igual que su cultura y tradiciones.
El respeto hacia las directrices y liderazgos femeninos es marcado y determinante en la toma de decisiones y acciones de defensa de sus derechos humanos, así como de las manifestaciones artísticas como las danzas, los cantos y su música. De hecho, es importante mencionar que la riqueza cultural que han sabido preservar, en particular las mujeres, recibió el reconocimiento de la UNESCO en el año 2001, cuando se incluyó en la lista del Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad.
Y así, en medio de resistencias pacíficas, procesos férreos de aculturación, invasión y despojo de sus territorios y el asesinato de líderes y lideresas, la comunidad Garífuna en Honduras ha sido el grupo más receloso con la preservación y respeto a su cultura y tradiciones. Allí radica el que haya logrado resistir en el tiempo, los embates de un mundo patriarcal que no desiste de exterminarlos.
Este texto lo sustraje de un encuentro entre mujeres negras indígenas que presencié, en diciembre del año 2016, para la realización del siguiente documento que hice para el Centro de Estudio para la Democracia –CESPAD-. Intitulado: «Punta Piedra: una comunidad que interpeló al sistema de justicia de Honduras por la defensa de sus territorios».