Por Claudia Mendoza, periodista del CESPAD
Eran las 12:00 m. del 28 de mayo del 2021. El calor y el polvo apremiaban en las calles de Guapinol. Lissy estaba sentada en una banca, debajo de la caseta de madera en la que sus padres venden refrescos en botella, jugos y churros. Miraba fijamente al horizonte. A lo lejos, el asomo de las montañas y el recuerdo de su abuelo Porfirio Sorto, le hicieron tomar un lápiz y una hoja de papel. No le escribió a San Nicolás pidiéndole una muñeca o una bicicleta. La carta que escribió se titula “La injusticia de nuestro país”, y está dedicada al gobierno de Honduras.
Lissy Nohelys Sorto tiene apenas nueve años pero conversar con ella es algo enriquecedor. A tan corta edad, la consciencia y la convicción que tiene sobre la importancia del cuidado de los recursos naturales para la vida del ser humano, resultan sorprendentes.
Pero, ¿qué dice la carta y por qué la escribió?
Lissy ha crecido en medio de un conflicto socio-ambiental en su natal pueblo Guapinol, en el municipio de Tocoa, Colón, Honduras. Allí, junto a decenas de niños y niñas ha visto pasar los pocos veranos de su existencia entre el dolor y las lágrimas que su pueblo ha derramado por muchos de sus hijos, que han sido perseguidos y encarcelados como su abuelo Porfirio Sorto.
“Me siento triste porque no lo puedo ver todos los días”, nos dijo con una melodiosa voz, que también transmitía la tristeza que le abunda porque su abuelo está en la cárcel desde el 1 de agosto del año 2019. “Lo abracé el día de la madre. Le dije que estaba muy alegre de vernos. A él se le ponen lloroncitos los ojos”, agrega, mientras remarca que en dos años apenas dos veces ha tenido la oportunidad de visitarlo en prisión.
Pero más allá de su situación personal, Lissy sintió en el fondo de su ser que debía escribir sobre el conflicto de su comunidad. Y lo hizo en una carta que circuló en las redes sociales, que estrujó el corazón de quienes la leyeron, y que comenzó así:
“Había una vez un hombre y toda su familia. Un día, el hombre Porfirio Sorto y toda su familia estaban en la casa cuando escucharon un ruido y era una máquina de una empresa llamada Inversiones Los Pinares”.
La pequeña rememora con este fragmento de su texto, el momento en el que la empresa minera Inversiones Los Pinares llegó a Guapinol, comunidad que lleva el mismo nombre del río que se ha visto afectado con la concesión que el gobierno de Honduras le otorgó a la empresa para explotar el territorio.
La carta de Lissy sigue diciendo:
“El hombre junto con otros hombres, quisieron defender el Río Guapinol y luego los acusaron de delitos que no habían hecho”.
En este tramo de su epístola, la pequeñita hace alusión a las mujeres y hombres de su pueblo que se vieron envueltos en un conflicto que comienza a conocerse en agosto de 2018. La contaminación de los ríos Guapinol y San Pedro, que estaba provocando el proyecto minero, alertó a un pueblo que comenzó a gritarle a la sociedad hondureña lo que estaba pasando en esa región del país.
Pero nadie escuchó. No hubo respuesta por parte del Estado y gobierno de Honduras. Tampoco de las autoridades locales. Fue por eso que un grupo de aldeanos instaló un campamento al que dieron por nombre “Por la defensa del agua y la vida”, justo en la zona que estaba siendo destruida por la empresa minera.
A partir de allí, los aldeanos han tenido que enfrentar la persecución, el hostigamiento y hasta procesos judiciales en su contra, instados por la empresa, pero apoyados por el Estado de Honduras, a través de su sistema judicial.
Siguiendo con la misiva, en otro trecho, la niña agrega:
“Solamente por defender el río Guapinol los encerraron en una cárcel en el centro penal de Olanchito, pero todas las familias defienden día y noche para verlos libres, fuera de allí”.
Lissy se refiere a su abuelo Porfirio Sorto, un maestro de obra, miembro de la Iglesia Católica y directivo de la Junta de Agua en Guapinol que está en prisión junto a siete líderes más, unos en la cárcel de Olanchito, y otros en La Ceiba, departamentos de Yoro y Atlántida, respectivamente.
En la carta, la niña no da los nombres de los compañeros de prisión de su abuelo, pero se refiere a Arnold Alemán (campesino), Ever Cedillo (mecánico automotriz), Daniel Márquez (miembro de la Junta de Agua de Guapinol), Kelvin Romero (mecánico y pequeño empresario del turismo), José Cedillo (miembro de la Iglesia Católica, barbero y pequeño comerciante), Orbin Hernández (Bachiller en Ciencias y Humanidades, y dirigente del Comité del sector San Pedro) y Jeremías Martínez Díaz, miembro de Movimiento Unificado Campesino del Aguán, (MUCA).
“No sé cómo puede haber tanta corrupción en nuestro país”
Eso dice Lissy en el texto, quizás porque a su manera esta niña no desconoce que el Ministerio Público de Honduras ha hecho caso omiso a las denuncias presentadas por la comunidad sobre la ilegalidad de la concesión y que, muy al contrario, las acusaciones en contra de los pobladores han dado vida a procesos judiciales preñados de irregularidades.
Y es que inicialmente se acusó a 31 aldeanos pero, poco a poco, con la ayuda de diversas organizaciones no gubernamentales y de consorcios de abogados que trabajan a favor de la defensa de derechos humanos (que han asumido como reto evidenciarle al mundo esta injusticia), algunos de los acusados han logrado salir de prisión. Pero ocho siguen en la cárcel desde hace casi dos años, pese a los recursos judiciales interpuestos, que demuestran la falta de sustento de las acusaciones y la desproporcionalidad de la privación de su libertad.
Conciencia ambiental a punta de violencia y pistolas
Esta pequeña, sus hermanos y decenas de niños y niñas de la zona han sido testigo de la infinidad de ataques por parte de elementos policiales y militares que han llegado a la zona a resguardar el proyecto minero.
De hecho, en la conversación, Lissy se refiere a ellos diciendo, “Los policías andan allá arriba con unas pistolas. Allá a la orilla del río andan. No me gusta porque me da miedo. Pienso que me pueden venir a matar o a mi familia”.
Pero lejos del odio y el rencor, la lucha que libran sus padres y su aldea, ha hecho que en el interior de esta niña nazca un amor desbordado por los bienes comunes de la naturaleza. Ella lo resume de esta forma: “Son muy importantes porque sin ellos nosotros no estaríamos vivos, porque ellos nos dan agua, nos dan los pescaditos. Nos dan la vida”.
¿Qué mensaje te gustaría enviarle al gobierno de Honduras?, le pregunté. Lissy despidió la plática respondiendo lo siguiente: “a las autoridades, que dejen libre a mí abuelito para poder abrazarlo. Mi abuelito es un héroe porque él ha defendido el Río Guapinol junto con otras personas de la aldea que también queremos que salgan libres”.