Coyuntura desde los territorios | ¿Cómo comprendemos, sentimos y vivimos la lucha territorial de nuestros padres y madres?

0
1954
Foto: Gracia C.

“Mamá siempre debe salir de emergencia porque la llaman por algún problema en la comunidad o porque le falta la comida a alguien. Yo veo que siempre ella busca arreglar a Honduras”.

Por: Lucía Vijil y Engels López, analistas del CESPAD

Desde el Centro de Estudio para la Democracia (CESPAD), hemos estado desarrollando una serie de análisis que buscan visibilizar los problemas que aquejan a las comunidades en resistencia, contra el modelo extractivista que busca desojarles de sus territorios y sus recursos naturales. Sin embargo, en esta ocasión la mirada estará puesta en narrar la historia de la lucha territorial desde la perspectiva de los niños y las niñas, en relación con el trabajo de defensoría que realizan sus padres y madres en distintas zonas de Honduras.

Lo anterior surge como una necesidad para revitalizar la esperanza y las emociones, en un contexto marcado por el miedo, el terror y la incertidumbre, en el cual, son los niños y las niñas quienes poco a poco van tomando el estandarte de la lucha por territorios libres, en franco respeto y armonía con la naturaleza. En el primer apartado, trataremos de puntualizar la forma en la cual los niños y las niñas sienten, comprenden y viven el territorio. En el segundo apartado, exponemos la perspectiva de los niños y niñas para enfrentar la situación que provoca el COVID-19 en sus comunidades y, finalmente, la manera en la que comprenden el trabajo de defensoría territorial que realizan mamá y papá en sus comunidades.

I. El territorio desde la narrativa de los niños y las niñas

En Latinoamérica existe una variada narrativa que da cuenta de la forma en cómo los niños y las niñas de las comunidades indígenas, campesinas y garífunas interactúan con la naturaleza, formando parte de la dinámica política y cultural de los procesos de resistencia territorial. En ese sentido, recobra importancia visibilizarlos a partir de sus vivencias, sentires y pensares, para comprender su posición en ese mundo complejo y diverso que es el territorio, comprendido como espacio en el que se materializa la existencia humana.

Desde el CESPAD brindamos asesoría y acompañamiento a diversas organizaciones indígenas y campesinas que luchan por el acceso a la tierra y defensa de los bienes comunes naturales, y la primera figura humana que solemos encontrar en las comunidades que lideran luchas por la defensa de sus territorios, es la cara de los niños y las niñas, apoyando en tareas de organización, de formación y de incidencia política. Sin embargo, esos rostros muchas veces pasan inadvertidos, invisibles y lo peor, sin que se conozca qué piensan, qué sienten o cómo, internamente, enfrentan la crisis que provoca la defensa de los territorios.

Las niñas suelen vestir indumentaria típica, sus cabellos con grandes trenzas y sus mejillas, color violeta, irradian esperanza, a la vez que denotan la resistencia milenaria que cobija sus cuerpos. Los niños suelen ataviarse con indumentaria tradicional de campo, pantalones, botas de hule y siempre llevan consigo un cumbo con agua; se les ve apegados a sus mamás y son esquivos hacia las personas mestizas.

Estos niños y niñas desde pequeños son educados bajo las cosmovisiones de sus comunidades originarias; asisten a la escuela cuando en sus territorios hay un maestro, de lo contrario, la educación y la formación recae en la familia y en la comunidad indígena y campesina. Suelen ser curiosos, ponen atención a las exposiciones y en los trabajos de grupo se les ve pasando los materiales a sus madres y padres y, en el momento de las exposiciones grupales, de manera colaborativa sostienen los papelógrafos.

Durante la realización de nuestro trabajo en campo, como parte del equipo de la organización, hemos desarrollado el hábito de que en los tiempos libres nos acercamos a ellos y a ellas. De entrada, son celosos y huraños, no comparten nuestros procesos mestizos de socialización individualistas, ya que para ellos la autonomía y la comunidad es un proceso que determina en gran parte su formación.

Además, sus procesos de socialización se basan en principios básicos de ética comunitaria. Cuando construyen objetos, colorean o desarrollan juegos tradicionales, evidencian un sentido de solidaridad y colectividad por encima de la competencia y el sentido individualista que priva en los ejercicios de ocio que se practican en los espacios urbanos.

Nos costó tiempo comprender ese comportamiento y mirada de mundo y cuando lo hicimos, de manera sutil nos acercábamos como observadores a sus grupos, sin participar de sus conversaciones y quehaceres. Nos llamó la atención la representación de sus dibujos; retratan lo verde de la naturaleza y lo boscoso de los paisajes. Los niños suelen dibujar puentes y carreteras sitiadas por diversos ríos, animales y bosques a su alrededor. Por su parte las niñas, suelen dibujar huertos domésticos, con abundantes animales y flores; se retratan trabajando y cultivando la tierra a la par de más niños y niñas que, como ellos, sienten esa conexión con sus medios de vida.

En el fondo, esas representaciones fundan todo un proceso de sentípensar: sentir y pensar la vida desde el corazón y la mente, en armonía y equilibrio con la naturaleza. Ahora bien, los niños y niñas realizan ese tipo de conexiones en los territorios no de manera casual o mecánica, sino de manera cultural, mediante diversas formas de socialización que desarrollan entre ellos y ellas, y que van perfeccionando a lo largo de su existencia, cuando se sumergen en la vida política y organizativa en sus territorios.

En suma, los niños y las niñas son una escuela de emociones en la que se tejen una diversidad de cosmovisiones sobre el sentido de la vida, la tierra y la naturaleza, en esfuerzos por trazar líneas divisorias que constituyen un antes y un después, en la historia de los territorios.

Es por eso que es importante contar la situación actual que se vive en estos territorios, desde esas voces que observan de cerca el quehacer de sus madres y padres en la lucha por el territorio y defensa del medio ambiente en tiempos del COVID-19.

II. Ser una niña o niño en contexto COVID-19

Al entrevistárseles, entre timidez y risas, fueron 6 niñas las que narraron la forma en cómo están viviendo el confinamiento. Pero también, fueron capaces de retratar, desde su mirada, lo que hace mamá y papá, a quienes ven no solo como seres humanos, sino que como defensores y defensoras del medio ambiente de sus comunidades.

A. La situación de vulnerabilidad de la niñez en tiempos de COVID-19

Partiendo de los datos proporcionados por la Red COIPRODEN, se estima que aproximadamente 2, 309 niños y niñas se han contagiado de COVID-19 en Honduras. Cuatro elementos de fondo ponen en contexto lo anterior. Primero, ausencia de medidas de atención humanitaria y sanitaria con énfasis en la niñez, orientadas a darle respuesta a los problemas que aquejan a este sector poblacional. Segundo, las grandes desigualdades que prevalecen en las zonas urbanas y rurales, que conllevan a que las familias no atiendan la política de confinamiento, ante la necesidad de salir de sus casas para buscar el sustento diario de sus familias.

Tercero, la migración de cientos de familias del campo a la ciudad, buscando una mejor calidad de vida, la que se bloquea ante la ausencia de políticas sostenibles en materia de empleo, vivienda, seguridad social y servicios públicos, forzando a que la niñez habite en espacios urbanos con grandes precariedades sanitarias, sociales y humanitarias. Cuarto, la desnutrición como elemento que impide el fortalecimiento del sistema inmunológico y hace más vulnerable que niños y niñas se contagien de enfermedades virales como el COVID-19.

Lo anterior señala la vulnerabilidad en la que se encuentran la niñez hondureña y nos invita a reflexionar alrededor de una situación crítica que se acrecienta ante la ausencia de políticas públicas y medidas económicas, humanitarias y sanitarias que respondan estratégicamente a las necesidades de ese sector.

B. Como viven las niñas y los niños en tiempos COVID-19

María José, de 8 años, comentó: “hacemos las tareas en casa desde la plataforma de la escuela. Me gusta la música, me gusta la guitarra”. Al respecto de las clases en línea, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), solo el 16,6 % de los 9,3 millones de hondureños tiene acceso a internet en su casa y apenas el 12,8 % accede a este servicio desde una computadora, mientras que el 87,2 % lo hace desde un teléfono móvil.

A su edad, María José, es sumamente clara al narrar las labores que se realizan en casa, desde el cuido del huerto familiar hasta las tareas compartidas entre papá y mamá. Sobre el COVID19, es muy clara al decir: “Yo sé que debemos andar mascarilla siempre porque es un virus. Nosotras no salimos, nos tenemos que quedar en casa”.

Gabriela, de 7 años, dijo: “me siento feliz. Por fin mi mamá está en casa”. Mientras, que Kristel, de 8 años, con su voz tímida nos dijo: “ya quiero salir de nuevo, a donde mis abuelitos. Quiero platicar con ellos, quiero que tomemos café”.

Estos testimonios ponen en perspectiva la forma en que se tejen desde los territorios las formas de convivencia sana y pacífica en tiempos de confinamiento y aislamiento social, a la vez que las niñas son parte de ese proceso reivindicativo del acceso a tierra y participan en la producción de alimentos desde una mirada comunitaria y colectiva. De igual forma, sobresalen formas de sentir que retratan el sentido de la ancestralidad a través de la transmisión de vivencias generacionales, a través de los abuelos, tan marcada y presente en las dinámicas territoriales como herencia cultural, capaz de construir lazos sociales sólidos y humanos.

En ese sentido, la niñez se inserta en esa dinámica de transformación cultural y política que busca la construcción de una nueva sociedad y de otras formas de pensar la comunidad y el territorio, alrededor de la tierra y los lazos familiares. En definitiva, la actual crisis de país y sus repercusiones directas en los territorios, es vista por la niñez como una oportunidad para reivindicar demandas comunitarias y por afianzar lazos familiares que se funda en convivencias comunitarias capaz de tejer formas de vida y sentires distintos a la lógica individual.

Y es así que, entre pequeños accesos a diversión en casa y responsabilidades escolares, avanza el confinamiento para estas niñas y niños. Sin embargo, rehaciendo algunas preguntas y ahora dirigiendo las miradas hacia auscultar lo que piensan de lo que mamá o papá hacen, obtuvimos lo que esperábamos, la percepción de un niño o niña criada por madres y padres de familia, vinculados a la defensa de los bienes comunes en Honduras.

C. Ser una hija/o de un defensor del medio ambiente en Honduras

Los riesgos que se asumen desde la defensoría de los bienes comunes de la naturaleza están ligados también a esa preocupación constante por las pequeñas y pequeños de casa. Ser mamá y papá, y hacer defensa del territorio, no representa únicamente una carga de trabajo más extensa, sino también esa carga emocional que involucra directamente a quienes conviven en casa con ellas y ellos.

Paola, de 18 años, narró la rutina diaria de su papá, defensor de los bienes comunes: se levanta, se alista, desayuna (cuando le queda tiempo), y empiezan las reuniones virtuales y siento que está más presionado porque hasta las reuniones le chocan. Un día de estos estuvo en dos reuniones al mismo tiempo; mi papá tiene una capacidad bien grande porque hace muchas cosas. Mi papá, tantas cosas que hacen en el día, hasta ni almuerza por tanto amor que le tiene a su trabajo”.

Y aunque estén en casa, sus hijas e hijos perciben cansancio, pero en ninguna entrevista se mencionó: “papá o mamá están tristes”. Pareciera que defender la vida y la tierra llena de riesgos a la comunidad, pero esa acción de sentipensar la vida, no le quita la alegría a nadie. En tiempos de confinamiento social, el riesgo es latente en los territorios en disputa. Sin embargo, niños y niñas consideran que el trabajo de papá y mamá sigue siendo imprescindible para sostener los procesos de lucha y resistencia territorial.

María José, hija de una campesina, nos comentó: “mi mamá siempre está feliz porque trabajamos en la huerta. Después de todo esto debemos continuar sembrando. Mamá siempre nos dice que tenemos que comer orgánico, no veneno”. Muy seria y segura, María Fernanda, de 5 años, terminaba la frase de su hermana y decía: “mi mamá les canta a las plantas, las riega, las cuida. Por eso mamá siempre está feliz”.

Foto: María José y su hermana, un día en casa.

Victoria de 4 años, hija de una defensora de los bienes comunes, en sus respuestas dejó muy claro que “en el río, yo no tiro basura, solo piedras pequeñas” y no desaprovechó la oportunidad para cantar la canción que junto a mamá entonan todas las mañanas:

“Todo mi sol,

Toda mi lluvia,

Todo mi río,

Toda mi Luna,

Todo mi bosque,

Toda mi vida,

Todo mi pueblo,

Toda mi Pachamama”.

Gabriela, de 7 años, dijo: mamá siempre debe salir de emergencia porque la llaman por algún problema en la comunidad o porque le falta la comida a alguien. Yo veo que siempre ella busca arreglar a Honduras”. Y es que nadie podría decirlo mejor, los defensores y defensoras de los bienes comunes son quienes, desde sus apuestas y construcciones colectivas, construyen la Honduras inclusiva, protectora de sus recursos y solidaria.

Cada una de las entrevistadas, desde la más corta hasta la más adulta edad, reflexionó sobre las actividades de sus mamás y papás en casa, pero es un discurso sumamente cargado de emociones y un amor profundo por la naturaleza. Cada una de estas niñas fue capaz de narrar su vida en constante contacto con un medio ambiente y aunque pudiésemos creer que por sus cortas edades no escuchan o no aprenden, confirman que son el reflejo de un discurso amoroso, de esperanza y de cambios que son urgentes en un país como Honduras.

Desde una mirada política, esas valoraciones nos dan elementos para establecer que en la niñez de los territorios en disputa se forja un nuevo liderazgo social, determinado por la herencia cultural y por el arraigo político que sienten hacia el trabajo de sus padres.

Esa vocación de la niñez es un esfuerzo por comprender la forma en cómo se consolidan las conciencias ambientalistas en las comunidades, a la vez que abren un marco de futuro prometedor y esperanzador que puede dar paso a la conformación de sólidos movimientos territoriales en Honduras.

Descargar: CoyunturaJulio – CESPAD