Escrito por: Claudia Mendoza
No tienen la “varita mágica”. Sin embargo, en medio de la crisis generada por la pandemia, las mujeres campesinas de diversas zonas del país nos enseñan “cómo se pegan botones”. Y es que pese al eterno marginamiento de las políticas agrarias y a la falta de apoyo gubernamental, las campesinas nos cuentan cómo sus cultivos y cosechas, al igual que sus prácticas ancestrales y comunales, han sido la única seguridad alimentaria para sus familias.
Las trincheras de las mujeres campesinas sin tierra
Cada 15 días el grupo de mujeres se reúne en medio del sofocante calor de El Triunfo, en Choluteca, sur de Honduras. Sandra Zulema Ochoa es una de las lideresas en la “12 de Febrero”, una aldea que sirve de lugar de reunión para las bases de mujeres campesinas de poblados como San Antonio, Las Pilas, La Peña, Marcovia, Tres Piedras y Río Grande, entre otras.
“Nos reunimos en esta crisis; nos hemos estado reuniendo para ver qué se hace o cómo actuamos para no sufrir”, dice Zulema, mientras ahonda en la descripción del objetivo de los círculos de reuniones que en condición de amigas, campesinas y socias hacen. Y es que, “ojo”, no es una reunión cualquiera. Estas mujeres se juntan para intercambiar experiencias, intercambiar lo que cultivan en las parcelas de los alrededores de sus casas; ofrecerle apoyo a la que se queda rezagada. En suma, analizar la sobrevivencia de sus familias, “porque gracias a Dios, por esta parte, tenemos gallinitas, pollitos y en sus casas y patios, cada socia siembra su maíz”.
En el sur de Honduras, estas mujeres integran alrededor de unas 16 bases de mujeres campesinas. Cada base cuenta con al menos 6 mujeres que han logrado mantener pequeños proyectos de siembra de granos básicos como maíz. “También tenemos un proyectito de animales; así la hemos pasado. A veces es complicado porque no hay mucha agua, las plagas molestan los animales y los cultivos, pero allí vamos saliendo y dando de comer a nuestros hijos e hijas”, agrega Zulema.
Los semilleros de las campesinas
En el norte de Honduras, específicamente en el departamento de Copán, Yasmín Beczabeth López es una semilla de la cuarta generación del Consejo para el Desarrollo Integral de la Mujer Campesina (CODIMCA), una estructura que aglutina a unas 5 mil 773 mujeres campesinas en departamentos como Copán, Lempira, Intibucá, Santa Bárbara, Cortés, Yoro, Atlántida y Colón.
Esta organización estila ejecutar la metodología “Los Semilleros”, es decir, las hijas e hijos de las mujeres campesinas de CODIMCA reciben, a través de talleres presenciales, capacitaciones en diversas temáticas, incluyendo los tópicos en los que se forman sus madres. “Tenemos equipos de jóvenes preparados en esa metodología para que puedan estar con los niños mientras las madres se capacitan.
La misma temática se hace con los niños y niñas, pero en versión infantil”, complementa Yasmín, quien comenzó a formar parte de esta dinámica cuando apenas tenía 10 años y ahora funge como Coordinadora General de la organización.
En los ocho departamentos, las mujeres de CODIMCA, en gran medida, aseguran la alimentación de sus familias gracias a los que llaman “huertos campesinos”, que no es otra cosa que la siembra en los pedazos de tierra de los predios que habitan, sin utilizar agro-tóxicos y transgénicos. “Pero no solo es producir una mostaza, tomates, también es colocar siempre las plantas medicinales o jardines botánicos”, corre a aclarar Yazmín.
Se trata de huertos que durante la pandemia les han dado un “respiro” a estas mujeres que, aparte de enfrentar la carga del cuidado de sus familias debido al confinamiento por la pandemia, han hecho de la producción de huertos, un mecanismo de subsistencia para los suyos. Pero hay que aclarar, agrega la entrevistada, que se trata de una práctica ancestral, que lleva décadas y que, en definitiva, durante la pandemia y la crisis, ha sido una tabla de salvación.
El 30-2020, un Decreto más que las margina
Es desde este tipo de trincheras que miles de mujeres campesinas en Honduras llevan décadas luchando para que se les tome en cuenta dentro de las políticas agrarias o, en su defecto, se hagan de forma exclusiva para ellas.
Y es que aunque resulte inverosímil, estas mujeres no tienen tierra propia; todas trabajan en tierras alquiladas o en tierras prestadas ya sea por sus compañeros de hogar, hermanos, tíos o alguien de la familia. “Como queremos producir nos las ingeniamos pero no es de ninguna de nosotras”, dicen.
De hecho, acuerpando lo que estas mujeres afirman, los datos oficiales indican que en los últimos años, en un 86%, las mujeres rurales carecían de tierra para la producción y construcción de sus viviendas (ENDESA, 2012). Y, en lo que tiene que ver con el sector reformado, en los últimos años, las mujeres beneficiadas con la titulación de tierras fue de apenas un 34%. Si bien, es estos porcentajes implican una mejoría en relación con los períodos anteriores, aún es largo el camino para el alcance de la equidad e igualdad de género en este aspecto.
Y es que el acceso a la tierra, al igual que el acceso al financiamiento y a la asistencia técnica, siguen siendo las eternas demandas de las mujeres campesinas y del área rural del país. Ellas saben que es una lucha que aún no finaliza. De hecho, no desconocen que en el marco de la emergencia por la pandemia, el gobierno de Honduras puso, a través de diversos programas y proyectos, más de 8 mil millones de lempiras para el Agro.
“Hemos estado haciendo análisis. Son varios decretos que el gobierno ha aprobado para la reactivación del agro, pero de la agro industria”, dice Yasmín, en referencia a varios decretos que devienen a partir del Decreto 30-2020, aprobado el 8 de abril del presente año, luego de que la administración de Juan Hernández declarara “prioridad nacional” al Agro. Pero, si del acceso a esos beneficios se excluye a los pequeños y medianos productores del campo, las mujeres ni siquiera figuran en su contenido.
“Decretos que no hablan del sujeto social, no hablan de campesinos, menos de las campesinas y menos de las indígenas. Un atentado contra los derechos de las mujeres campesinas en este caso”, cuestiona Wendy Cruz, coordinadora de proyectos de la Vía Campesina Honduras (LVC-H).
Y es que en cuanto a promulgación de leyes para el Agro se refieren, las mujeres de las áreas rurales son las más afectadas. El derecho a ser propietarias de una parcela de tierra para trabajar o vivir, es una lucha urgente. La posesión de la tierra es uno de los elementos claves para contribuir a la independencia económica de las personas y, en el caso de las mujeres campesinas, la generación de procesos de empoderamiento individual y colectivo.
“Sin embargo, esos recursos, en nombre del campesinado, es para que ellos hagan sus propios negocios y poderse instalar en los territorios de muchos de los asentamientos humanos de campesinos y campesinas que no tiene títulos de propiedad y eso significa desplazamiento de comunidades, de hombres y mujeres obligadas a migrar; es el destierro de comunidades”, cuestiona Cruz.
Urgen políticas públicas inclusivas
Las mujeres campesinas conocen muy bien el contexto en el que tiene que sobrevivir. En el centro de Honduras, en San Pedro de Tutule, departamento de La Paz, María Vicenta Hernández mantiene sembrado en sus predios café, maíz y frijoles, plátano y yuca, entre otro tipo de verduras.
Esta mujer, de 37 años de edad, vive en la Nuevo Amanecer, una comunidad indígena afiliada a la Central Nacional de Trabajadores del Campo, regional de La Paz (CNTC-La Paz). Durante la pandemia, los cultivos en sus pequeñas parcelas han sido de gran apoyo a la familia de Vicenta al igual que para la de decenas más, que en esta zona luchan por sobrevivir y para que el gobierno les adjudique el título de las propiedades en las que han vivido durante décadas.
“Por parte del gobierno y de la alcaldía no tenemos una vivienda. ¿Que nos van a dar una letrina, un piso? No, no lo tenemos en la comunidad Nuevo Amanecer. Sí tenemos agua y luz, es porque nos ha costado hacer eso a nosotros”, dice.
Esta comunidad habita la zona desde hace 17 años. Una parte de los predios que ocupan es ejidal y la otra nacional. Por eso han vivido en carne propia la persecución, criminalización y desalojos, con lamentables consecuencias.
“Lo que esperaríamos es que desde el gobierno ellos nos dijeran, sí, estamos nosotros para apoyarlos con las tierras. Que dijeran, aquí está un título de la tierra, trabájenla. Así se tiene apoyo de otras instituciones”, critica María Vicenta.
La palabra clave para las mujeres campesinas es inclusión, porque aunque están cansadas de ser marginadas, eso no las frena para continuar una lucha que han sobrellevado durante décadas. Saben que el derecho a la tierra es una deuda pendiente que el Estado de Honduras mantiene con ellas porque, a través de la historia, han sido parte de todas las luchas sociales que aspiran a cambiar las relaciones de exclusión y discriminación.
“Las campesinas hondureñas han estado presentes en acciones como las recuperaciones de tierra y la producción de la tierra. Se han enfrentado a desalojos violentos, han acompañando a sus parejas y cuidan a sus familias y nada se eso se ha valorado”, critica Cruz.
Las mujeres campesinas desmitifican el pregón de la actual administración de Gobierno en tiempos de pandemia porque ellas, definitivamente, están excluidas de los beneficios que se ofrecen en nombre del Agro. Sin embargo, nos dan lecciones de cómo le brindan seguridad alimentaria a sus propias familias, en medio de una crisis sanitaria, altos índices de corrupción y un gobierno que las continúa marginando.
“Si no te aseguro que muchas estarían muertas no por la pandemia, sino por el hambre”, dice Yasmín, al finalizar la entrevista.