Análisis | Cuarentenas del Tercer Mundo, o por qué las mujeres hondureñas mantienen al país con vida

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Escrito por Ninoska Alonzo, feminista y colaboradora del CESPAD

1 de mayo, 2020

Con la propagación del COVID-19, el mundo entero busca una sola cosa: inmunidad. Ante un virus que ha mostrado la fragilidad de todo lo que conocemos hasta ahora, lo más seguro para permanecer inmunes es el estado de confinamiento [1]. O más bien, el confinamiento nos brinda la sensación de seguridad y bienestar. Esta inmunidad ilusoria se traduce en dos cosas: por un lado, la cuarentena, como acto de protección individual, también nos inmuniza y nos aleja de la comunidad; por otro lado, la inmunidad de la cuarentena nos da la autoridad de sacrificar o desechar otras vidas, las vidas de quienes no cumplen con la cuarentena al pie de la letra porque no tienen opción.

Las condiciones mínimas que se requieren para cumplir la cuarentena a cabalidad incluyen acceso a agua potable, un salario fijo (o una renta básica universal), y el acceso gratuito al equipo de bioseguridad. En Honduras, el porcentaje de la población que tiene el poder adquisitivo para cumplir con estas condiciones es de apenas el 11%, perteneciente a las capas medias y altas [2]. Lo cierto es que aquí, en el Tercer Mundo, hay millones de personas que no están confinadas. Por el contrario, siguen trabajando en los sectores productivos estratégicos para la economía nacional, y hay muchas otras que arriesgan sus vidas diariamente, garantizando alimentos a sus comunidades y a las ciudades que pasan por la situación más crítica ante los elevados niveles de contagio. Y, como en todo escenario de catástrofe, las mujeres se llevan la peor parte.

El redescubrimiento de las mujeres en el Tercer Mundo

En un escrito anterior [3], se hizo referencia a que, en la década de los setentas, el neoliberalismo propició un nuevo proceso de acumulación capitalista que permitió al sistema económico maximizar sus capacidades productivas. Para que esto fuese posible, el capital transnacional configuró una nueva División Internacional del Trabajo, donde las mujeres del Tercer Mundo, aunque históricamente expulsadas de la esfera productiva y confinadas al trabajo reproductivo, fueron incorporadas a cuatro sectores estratégicos en este nuevo proceso de acumulación: las industrias manufactureras a gran y pequeña escala, la agricultura, la industria del sexo, y la prestación de servicios.

Hay dos cosas que es pertinente desarrollar. En primer lugar, el Tercer Mundo emergió como una categoría que definió el papel de los países del sur global en el marco de la Guerra Fría, países que sirvieron como tablero de ajedrez de las potencias hegemónicas capitalistas y socialistas [4]. Sin embargo, según los teóricos de la dependencia de la segunda mitad del siglo XX, esa relación entre el norte y el sur estuvo definida por estadios de desarrollo desiguales entre las grandes potencias y los países “subdesarrollados” [5]. Esto colocó a los países del Tercer Mundo en una posición periférica y marginal, y permitió que se estableciera una nueva relación de coloniaje e intercambio desigual entre nuestros países productores de materias primas baratas, y los países del primer mundo como consumidores altamente industrializados.

En segundo lugar, no es casualidad alguna que las mujeres hayan sido incorporadas a estos sectores productivos, que han mostrado ser los más propensos a la sobreexplotación y precarización de la vida. Como explica María Mies, las mujeres forman la mano de obra óptima porque al día de hoy están definidas universalmente como «amas de casa», no como trabajadoras; esto implica que su trabajo, ya sea en la producción de mercancías o de valor de uso, se oculta, no se considera como «trabajo libre», sino que es definido como una «actividad generadora de ingresos», de ahí que pueda ser comprado a un precio mucho menor que el trabajo masculino. La lógica económica de esta domestificación del trabajo femenino es la tremenda reducción de los costes de producción [6]. En otras palabras, la nueva DIT es también una nueva División Sexual del Trabajo. Y ante la emergencia del COVID-19 y las consecuencias sociales y económicas que trae consigo, nos interesa detenernos un poco a pensar en un sector productivo que, en aras de atenuar el hambre que deja la crisis del nuevo coronavirus sumado a décadas de abandono estatal, se vuelve prioritario: la agricultura.

Las mujeres alimentan al país

En la División Internacional del Trabajo, la agricultura fue una actividad otorgada al Tercer Mundo. La agricultura, sobre todo la que implica producción a gran escala, se organiza por medio de cadenas agroalimentarias, que van desde productores, distribuidores, vendedores, hasta consumidores. En nuestro país, esta actividad económica está conformada por varios rubros, donde las mujeres están insertas en cada uno de los eslabones de la cadena, mayoritariamente en el área de producción, distribución, y venta. Entre ellos, destacan:

  • La producción de cultivos comerciales a gran escala para su exportación. En Honduras, el aceite de palma africana y sus refinados representan 365 millones de dólares del valor de las exportaciones del país, más del 50% consumidas por Países Bajos [7]. Aunque la participación de las mujeres en la cadena de producción de palma africana es baja, la contaminación del entorno, la proliferación de enfermedades y la militarización de las zonas de producción las convierte en las afectadas directas por el monocultivo de palma [8]. Por otro lado, el café constituye un 26% de las exportaciones (sin maquila), o sea, 1,115 millones de dólares, mayoritariamente consumido por Alemania (27%) y Estados Unidos (25%) [9]. Para la cosecha 2005-2006, el IHCAFE reportó que 12,635 mujeres eran dueñas de fincas de café en el país [10], y para el 2017, más de 20,000 mujeres se encontraban en toda la cadena de producción [11], con pagos precarios y fluctuantes.
  • El trabajo de las mujeres en las plantaciones. En Honduras, solo en la cadena hortofrutícola, la participación de las mujeres es del 45%, en la producción, transporte, empaque, embalaje y comercialización. En la cadena acuícola, el 35% de la mano de obra en la producción de camarón y el 25% en la producción de tilapia, es femenina. En la cadena de lácteos, la participación de las mujeres es de un 11%. [12]
  • El trabajo de las mujeres como trabajo familiar no remunerado en pequeñas fincas familiares. Esta forma de producción, mejor conocida como agricultura de subsistencia, es la más común en nuestro país y en el mundo. Tal como plantea Federici, es difícil estimar el alcance de la agricultura de subsistencia, ya que en su mayor parte no es un trabajo asalariado y a menudo no se produce en granjas formales. A esto habría que añadir que muchas de las mujeres que lo realizan no lo perciben como un trabajo. No es sencillo evaluar exactamente, en función de las estadísticas disponibles, cuántas personas y cuántas mujeres en particular están involucradas en la agricultura de subsistencia; pero lo que está claro es que suponen una cantidad importante [13]. Lo cierto es que, en Honduras, país cuya capacidad productiva en términos agroalimentarios es bastante limitada y donde 86.4 millones de dólares de las importaciones son destinados a la compra de maíz [14], la agricultura de subsistencia es la que ha permitido que el país se mantenga a flote y pueda paliarse el hambre, pandemia que azota a Honduras desde hace rato. No obstante, aunque es probable que las más de 2,047,859 de mujeres que viven en el área rural [15] se dediquen a esta forma de trabajo, sus condiciones son sumamente precarias ante el limitado acceso a la tierra [16].
  • El trabajo de las mujeres como trabajo eventual de la agricultura comercial. En este rubro es común el trabajo de las mujeres en los mercados, donde fungen como vendedoras de lo producido en el sector agropecuario. Asumen, sobre todo, la venta de granos básicos, carnes, lácteos, café, entre otros [17].

Lo cierto es que los países ricos se alimentan en la medida en que el dolor de la sobreexplotación se escribe en los cuerpos de las mujeres hondureñas, latinoamericanas y del Tercer Mundo en general. Pero el capital transnacional, además, acumula riqueza gracias a las zonas francas. Las zonas francas son territorios delimitados que gozan de exoneraciones de impuestos y múltiples prebendas por parte de los Estados. Según Federici, en las zonas francas de producción del sureste asiático, África y América Latina, más del 70 % de la mano de obra es femenina. La mayoría de estas son mujeres jóvenes (de 14 a 24 años). Su trabajo en los actuales procesos de producción se realiza en las cadenas de montaje, mientras que los pocos hombres que trabajan en esas industrias lo hacen mayoritariamente como encargados [18].

En Honduras, las zonas francas existen desde 1976 [19]. Actualmente, Honduras cuenta con 39 zonas francas, donde se encuentran instaladas 493 empresas, en su mayoría extranjeras [20]. Cabe destacar, además, que los sectores productivos estratégicos donde las mujeres han sido incorporadas en los últimos años forman parte de los ejes prioritarios del Plan de Nación (2010-2022) – Visión de País (2010-2038), según el Plan Estratégico para el Sector de Desarrollo Económico publicado en 2015 [21]. Cabe señalar que esta es la base conceptual del proyecto político y económico del régimen nacionalista, orientado a restaurar y profundizar el modelo neoliberal-extractivo.

Como las feministas marxistas señalan, si añadimos a esta cantidad de mujeres jóvenes que trabajan en las zonas francas todas aquellas mujeres que trabajan en la industria agroalimentaria orientada a la exportación, las que lo hacen en el sector informal, en casa o en las industrias familiares, vemos que una proporción muy grande del trabajo femenino está empleado en la producción de bienes, no solo para el consumo del país, sino, sobre todo, para el mercado de los países ricos [22].

¿Qué pasará en la época poscoronavirus? De la crisis agroindustrial a la soberanía alimentaria de las mujeres

Ese es el panorama que las mujeres campesinas han enfrentado en Honduras por años. Hoy, el conflicto se agudiza. Por un lado, aunque gran parte de la economía se encuentra paralizada por la emergencia del COVID-19, los sectores agroindustriales vinculados a la agricultura, la pesca y ganadería, son los únicos que no han parado: “este es el sector que está trabajando con mayor normalidad”, expresó Fernando García Merino, presidente ejecutivo de la Asociación Nacional de Industriales de Honduras (ANDI) el pasado 8 de abril [23]. Como se afirmó al principio de este escrito, lo cierto es que hay miles de mujeres campesinas insertas en la agroindustria que se exponen día a día para garantizar que el alimento llegue a cada familia que se encuentra en cuarentena. En una conversación con Yasmin López, coordinadora del Consejo para el Desarrollo Integral de la Mujer Campesina (CODIMCA), ella denunció que, aunque el gobierno hizo el lanzamiento de un programa de reactivación a la agroindustria en el marco de la emergencia del COVID-19, no están contempladas las mujeres ni el movimiento campesino, pese a ser fundamentales en todo el proceso de producción [24].

Por otro lado, las mujeres, aunque con acceso limitado a la tierra, continúan trabajando para su propia subsistencia. Salen a diario para poder garantizar la alimentación de sus familias y sus comunidades. Quedarse en casa supone riesgos. Salir a trabajar la tierra, también; no solo se trata de la posibilidad de contraer la enfermedad del nuevo coronavirus, sino de la delincuencia, la militarización, y el cambio climático que golpean a las mujeres campesinas desde hace tiempo. “Detrás del COVID-19, hay cosas más profundas y más difíciles que las mujeres seguimos viviendo, como la violencia familiar, la violencia de fuera, de las Fuerzas Armadas y otros espacios. Es por esto que digo que la crisis se sigue agudizando, y principalmente para la vida de las mujeres sigue siendo más complejo, y el impacto del cambio climático aumenta el trabajo productivo. La pandemia surge justo en este gran verano, en una gran sequía, que no hay agua, y hay que acarrear el agua de lugares bastante lejos, y hay que acarrearla en las espaldas o en la cabeza”, comenta Yasmin con angustia.

Hoy más que nunca se hacen evidentes las nefastas consecuencias de la supremacía del capital en nuestras vidas. Pero las mujeres campesinas no solo se quedan con la denuncia. Alzan la voz por la justicia agrícola y la sostenibilidad genuina [25]. Para resolver la crisis alimentaria, proponen la agroecología, el desaparecimiento del monocultivo, la soberanía alimentaria, y muchas otras apuestas que ahora parecen lo único realista y verdaderamente posible para nuestra sobrevivencia como especie. Al terminar nuestra conversación, Yasmin enunció con la potencia de las mujeres que alimentan al mundo, organizadas, ejerciendo derechos, cuidando la vida. Somos tierra, somos agua, y somos vida.

Descargar: Análisis21 – CESPAD

Referencias

[1] Preciado, Paul B. «Aprendiendo del virus.» El País, 28 de Marzo de 2020.

[2] Noticias Honduras HN. «Honduras tiene la clase media más pequeña de Latinoamérica.» Noticias Honduras HN, 11 de Noviembre de 2019.

[3] Alonzo, Ninoska. «La guerra contra las mujeres: desigualdad y reproducción de la vida en el marco del COVID-19.» CESPAD, 2020.

[4] Hobsbawm, Eric. «El tercer mundo.» En Historia del siglo XX, de Eric Hobsbawm, 346-371. Barcelona: Planeta, 2012.

[5] Quijano, Anibal, y Francisco Weffort. Populismo, marginalización y dependencia. San José: EDUCA, 1976.

[6] Mies, Maria. «Domestificación internacional: las mujeres y la nueva división internacional del trabajo.» En Patriarcado y acumulación a escala mundial, de María Mies, 213-267. Madrid: Traficantes de Sueños, 2019.

[7] Observatory of Economic Complexity. Honduras. 2017. https://oec.world/es/profile/country/hnd/.

[8] Conexion.hn. «Monocultivo de palma viola artículo 347 de la Constitución de Honduras.». Conexion.hn, 15 de febrero del 2019.

[9] Observatory of Economic Complexity, op. cit.

[10] COHEP; PNUD; et. al. Sectores productivos, cadenas estratégicas y empresas: para el desarrollo de un programa de proveedores. Tegucigalpa: SNV Honduras, 2012.

[11] Tejada, Mariela. «Las mujeres producen el 20% del café en Honduras». La Prensa Hn. 26 de enero de 2017.

[12] COHEP; PNUD; et. al. op. cit.

[13] Federici, Silvia. «Mujeres, luchas por la tierra y globalización: una perspectiva internacional.» En Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Madrid: Traficantes de Sueños, 2013.

[14] Observatory of Economic Complexity. op. cit.

[15] Instituto Nacional de Estadística. «Encuesta Permanente de Hogares de Propósitos Múltiples: Mercado Laboral por Género.» Tegucigalpa, 2019.

[16] Irías, Gustavo. «Situación de las mujeres rurales pobres en Honduras y su acceso a la tierra y el crédito. » Oxfam. Diciembre del 2013.

[17]  COHEP; PNUD; et. al. op. cit.

[18] Federici, Silvia. op. cit.

[19] Congreso Nacional de Honduras. «Reglamento de la Ley de Zonas Libres.» Tribunal Superior de Cuentas. 21 de Diciembre de 2009. https://www.tsc.gob.hn/web/leyes/Reglamento%20de%20la%20Ley%20de%20Zonas%20Libres.pdf (último acceso: 28 de Abril de 2020).

[20] Asociación de Zonas Francas de las Américas. «Zonas Francas Honduras.» Reporte anual estadístico, 2017.

[21] Gabinete Sectorial de Desarrollo Económico. «Plan Estratégico Sector de Desarrollo Económico.» Informe de gobierno, Tegucigalpa, 2015.

[22] Mies, María. op. cit., 222.

[23] Salvatierra, Hugo. «El Covid-19 ha generado pérdidas por 1,000 mdd en Honduras.» Forbes Centroamérica. 8 de abril del 2020.

[24] López, Yasmin, entrevista de Ninoska Alonzo. Situación de las mujeres campesinas en Honduras ante la emergencia del COVID-19 (abril del 2020).

 [25] Shiva, Vandana. ¿Quién alimenta realmente al mundo? El fracaso de la agricultura industrial y la promesa de la agroecología. Madrid: Capitán Swing, 2018.