Escrito por Ninoska Alonzo, activista feminista y colaboradora del CESPAD
19 de abril 2020
Desde hace varios años, las feministas latinoamericanas han colocado en el centro de sus discusiones lo que Rita Segato denominó la guerra contra las mujeres, haciendo referencia a una nueva forma de organización del poder político, de orden paraestatal y criminal, cuyo objetivo estratégico son los cuerpos de las mujeres y sujetos feminizados. En esta guerra no declarada, los cuerpos funcionan como garantes del dominio territorial del crimen organizado; aunque simbólica, esta función se materializa en la violencia expresiva contra las mujeres, donde es común el exceso de crueldad (Segato, 2014).
Sin embargo, la guerra contra las mujeres posee otro protagonista: el capital privado. María Mies, en su libro Patriarcado y acumulación a escala mundial, expone que, con el advenimiento del modelo económico neoliberal en la década de los setentas, se generó un nuevo proceso de acumulación capitalista que integró a las mujeres del Tercer Mundo a la economía global del mercado.
Por abstracta que esta discusión pueda parecer, se concretiza en la vida de miles de millones de mujeres que hoy, por la pandemia del nuevo coronavirus, se ven obligadas a permanecer bajo algún estado de confinamiento en sus casas, y Honduras no es la excepción. Este retorno al espacio doméstico, históricamente feminizado, nos hace reflexionar sobre las transformaciones que la guerra contra las mujeres adquiere en esta escena global, y su capacidad de adaptarse a “la cuarentena” como nueva forma de organización social en un mundo neoliberal profundamente desigual.
¿Coronavirus igualador o pandemia desigual?
El pasado mes de marzo, el economista serbo-estadounidense, Branko Milanović, publicó un artículo al que tituló “El coronavirus igualador”, haciendo referencia a que, históricamente, las epidemias siempre han sido “grandes igualadoras” en términos materiales, recordándole a algunos privilegiados cómo es experimentar estigmas a diario (Milanović, 2020). Por otro lado, casi todas las previsiones económicas del PIB mundial en 2020 apuntan a una contracción del 3-5%, tan malo, si no peor, que en la Gran Recesión de 2008-9 (Roberts, 2020). Sin embargo, aunque en términos macroeconómicos los momentos de crisis pueden ser “niveladores”, lo cierto es que la pandemia ha profundizado las desigualdades sociales.
Bajo una retórica bélica, las clases privilegiadas responsabilizan de propagar el virus a aquellas cuya supervivencia depende del ingreso diario; acobijados por el pensamiento colonial y racista, médicos de occidente sugieren que las primeras pruebas de la vacuna contra el COVID-19 sean realizadas en África; el confinamiento en el espacio doméstico ha provocado un repunte drástico de la violencia contra mujeres, adultos mayores, niñas y niños; y el capital privado sobrepone la “estabilidad de la economía” a la idea de salvar vidas. La economía heteropatriarcal, medioambientalmente destructora, colonialista y racista -o lo que las feministas nombraron, la Cosa escandalosa (Pérez Orozco, 2018, pág. 24)- hoy está mostrando su rostro necropolítico como nunca antes lo había hecho en la historia reciente.
Género y desigualdad: algunas cifras desde América Latina
Según Yanis Varoufakis, un estudio británico muestra que, solo en Grecia, el 77% de los trabajadores con mayor riesgo de contraer coronavirus son mujeres. Además, el 98% de los trabajadores a quienes se les paga por debajo del umbral de la pobreza son mujeres. En América Latina, los datos no son menos abrumadores: según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe,
las desigualdades de género se acentúan en los hogares de menores ingresos, en los que la demanda de cuidados es mayor (dado que cuentan con un número más elevado de personas dependientes). Además, se acentúan otras desigualdades, ya que es muy difícil mantener el distanciamiento social cuando las personas infectadas habitan en viviendas que no cuentan con el suficiente espacio físico para proporcionar atención sanitaria y proteger a los grupos de alto riesgo de la exposición al virus. Además, la desigualdad en el acceso a los servicios básicos sigue siendo una problemática regional. Por ejemplo, en 2018, un 13,5% de los hogares de la región no tenía acceso a fuentes de agua mejoradas, situación que se agudizaba en las zonas rurales, donde la cifra alcanzaba el 25,4%. Por otra parte, las mujeres que viven en hogares con privaciones de acceso a agua potable dedican al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado entre 5 y 12 horas semanales más que las mujeres que habitan en hogares sin este tipo de privaciones. (CEPAL, 2020)
Además, según el mismo informe de la CEPAL, la presión sobre los sistemas de salud afecta significativamente a las mujeres, ya que estas representan el 72,8% del total de personas ocupadas en ese sector en la región (CEPAL, 2020), lo que incluye a mujeres médicas, enfermeras, trabajadoras del aseo, personal administrativo, y otras.
Ser mujer hondureña en tiempos de COVID-19
En Honduras, basta con recorrer las calles para observar cómo la pandemia ha profundizado las desigualdades raciales, de género y de clase. Personas racializadas que son reprimidas con gases lacrimógenos cuando salen a comprar a los mercados, otras que se han visto obligadas a vivir en aceras ante la incapacidad de seguir pagando el alquiler de sus casas, y mujeres en los barrios que salen a protestar por no tener comida para alimentar a sus familias, constituyen algunos de los elementos de nuestra vida cotidiana.
Esta calamitosa situación tiene un agravante transversal: la pésima gestión del régimen nacionalista tras diez años en el poder, cuyo fin único ha sido profundizar el modelo neoliberal de despojo para el beneficio del capital privado y las redes criminales que han instalado puntos de transporte, tráfico y distribución de droga en el país. Según el Consejo Nacional Anticorrupción, desde que comenzó la emergencia sanitaria por el COVID-19 al 17 de abril, la Secretaría de Salud había ejecutado un total de cincuenta millones trescientos ochenta mil ochocientos lempiras (L 50,380,800.00) en adquisición de Equipo de Protección Personal (EPP). Sin embargo, por medio del análisis comparativo de los precios establecidos en el portal de transparencia y los precios de mercado incluidos en el “Informe de Compras Emergencia COVID-19” del Poder Judicial (PJ), el CNA identificó una clara diferencia entre ambos montos, ocasionando un perjuicio en contra de las finanzas del Estado de Honduras por tres millones seiscientos cincuenta y tres mil novecientos sesenta lempiras (L 3,653,960.00). (CNA, 2020)
La pandemia pone en vilo la vida de las más de 9 millones de personas que habitan Honduras. Sin embargo, retomando algunos debates feministas, es oportuno pensar en el impacto diferenciado que genera en la vida de las mujeres. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en Honduras, 4,851,913 de personas son mujeres. De los 1,992,974 hogares del país, más de medio millón son encabezados por mujeres. Y el 40% de la fuerza laboral es femenina. Las mujeres se integran a las ramas económicas de la siguiente manera: el 8.5% se emplea en la agricultura, el 19.4% en la industria, el 28.6% en el comercio, el 6.7% en trabajo del hogar, y el resto en otras actividades de servicio. El ingreso promedio de las mujeres hondureñas es de L.5,489.00, menor que el salario mínimo (INE, 2019). Teniendo claro que cada porcentaje y cada cifra representa la vida de una mujer, una vida tan importante como la de cualquier persona que lea esto, es evidente que las mujeres hondureñas viven en condiciones precarias, y la crisis del COVID-19 agrava esta situación.
Las mujeres en la maquila
En 1995, Mirta Kennedy y Melissa Cardoza describían el ambiente laboral de las trabajadoras de la maquila de la siguiente manera:
Las instalaciones fabriles consisten en grandes construcciones sin ventanas o con aberturas altas, y unas pocas puertas. El espacio está completamente aprovechado por la maquinaria e implementos de trabajo. Las operarias disponen de un lugar muy reducido para realizar su actividad. Los locales permanecen excesivamente iluminados con luz artificial y el aire acondicionado mantiene una baja temperatura ambiental. El espacio es hacinado, ruidoso, encerrado y contaminado por el polvillo y los químicos de las telas. En algunas fábricas las puertas se cierran con llave hasta la hora de descanso o salida. (Kennedy & Cardoza, 1995)
Veinticinco años después, y en plena pandemia, las trabajadoras de la industria maquilera de Cortés se vieron obligadas a continuar trabajando, lo que maximizó las posibilidades de contagio. Empleadas de Delta Cortés S.A. sostuvieron una protesta el pasado 16 de abril en Villanueva, donde expresaron, en una entrevista a Villavisión TV, “nos dejaron a la deriva, la primera semana que salimos de trabajar por el COVID-19, solo trabajamos dos días, y esos dos días no nos han pagado. Lo único que hemos recibido es un pago salarial”. El salario promedio de las trabajadoras de la maquila es de L.6,528.00 (CDM, 2016).
Pero no solo se trata de las consecuencias económicas: aunque, a nivel nacional, se ha confirmado que el 42% de las personas contagiadas de COVID-19 son mujeres (SINAGER, 2020), el pasado 10 de abril, en Cadena Nacional, Francis Contreras afirmó que, en Cortés, había 162 mujeres contagiadas y 102 hombres, lo que está estrechamente vinculado al sector de la maquila, tradicionalmente feminizado y en condiciones laborales de hacinamiento, siendo Cortés el pilar de la industria nacional y el epicentro de propagación del virus.
Politizando el trabajo doméstico
La cuarentena ha multiplicado las tareas del espacio doméstico, lo que vuelve a poner en el centro de la discusión que el trabajo doméstico es indispensable para la sostenibilidad de la vida. Sin embargo, el 15 de abril, la Red de Trabajadoras Domésticas de Honduras manifestó su preocupación ante la vulnerabilidad que provoca la emergencia del COVID-19, pues muchas han sido despedidas de sus trabajos sin ningún tipo de indemnización, y otras se han visto obligadas a seguir trabajando en la casa de sus empleadores: no solo se han maximizado las tareas y responsabilidades, sino que se ven doblemente expuestas a contraer el coronavirus, y muchas ni siquiera tienen posibilidades de retornar a sus casas con sus familias.
Violencia patriarcal en el hogar
Durante el confinamiento, millones de mujeres se ven obligadas a convivir diariamente con sus agresores en el espacio doméstico. Según la Coalición Contra la Impunidad en Honduras, trece mujeres han muerto de forma violenta durante el período de cuarentena. Las denuncias por violencia doméstica y violencia sexual contra mujeres, niños y niñas han incrementado exponencialmente, y el Estado de Honduras, no solo ha mostrado su incapacidad para atender a esta emergencia, sino que la ha invisibilizado. Según datos oficiales proporcionados por el Diario La Tribuna, más de 7.000 denuncias por violencia doméstica se presentaron en Honduras en marzo pasado, de los cuales 4.245 casos se registraron solo en la segunda quincena de ese mes (La Tribuna, 2020), o sea, en las primeras semanas de la cuarentena. Sin embargo, el Ministerio Público solo ha tramitado aproximadamente 80 denuncias en todo el país (Ministerio Público, 2020).
El mundo entero necesita una sacudida: Mujeres y sostenibilidad de la vida
Como se planteó al inicio de este escrito, hay dos dimensiones de la guerra contra las mujeres: una territorial, que, debido al confinamiento físico, se ve desplazada al ámbito de lo privado, donde la brutalidad de la violencia contra las mujeres persiste en un contexto de impunidad propiciado por el Estado policial-criminal. Y una extractiva, donde el consumo de los cuerpos de las mujeres maximiza la capacidad productiva del sistema capitalista en plena globalización, lo que tiene las características de un nuevo proceso de acumulación originaria.
Hoy, las mujeres se encuentran en la primera línea: médicas, enfermeras y trabajadoras del aseo y trabajadoras sociales en los hospitales que asumen la labor de los cuidados de los pacientes; las agricultoras que no han dejado de trabajar un solo día, garantizando alimentos a las ciudades más afectadas; las madres que buscan garantizar un retorno digno a sus hijos migrantes; las trabajadoras domésticas (remuneradas o no remuneradas) que garantizan condiciones óptimas para sobrellevar la cuarentena en el hogar; las mujeres que salen a protestar en las zonas periurbanas para exigir al Estado que garantice condiciones dignas para hacer frente a la pandemia; las parteras, que ante un sistema de salud colapsado, han sido las únicas capaces de brindar partos dignos a las mujeres; las mujeres en los barrios y comunidades que se han organizado para hacer ollas comunitarias frente a la situación de hambre en plena emergencia del COVID-19. En esta era necropolítica, donde la muerte, el terror y la excepción son la norma, las mujeres están haciendo posible la reproducción de la vida. Y, en palabras de Silvia Federici, hoy el terreno de la reproducción es el terreno estratégico fundamental, porque la reproducción significa vida, significa futuro.
Descargue: Análisis14 – CESPAD
Referencias
CDM. (2016). Salarios de maquilas garantizan el hambre de centroamericanas. [Infografía].
CEPAL. (2020). La pandemia del COVID-19 profundiza la crisis de los cuidados en América Latina y el Caribe. [Informe].
CNA. (2020). La corrupción en tiempos del COVID-19. [Informe].
Coalición contra la Impunidad. (2020). 72 mujeres murieron violentamente… [Infografía].
INE. (2019). Mujeres: Fuerza Laboral. [Infografía].
Federici, S. (2020). «Capitalismo, reproducción y cuarentena». Traficantes de Sueños [Entrevista].
Gobierno de la República de Honduras. (2020). Comunicado #33.
Kennedy, M., & Cardoza, M. (1995). Mujeres en la maquila: El caso de la ZIP Choloma. San Pedro Sula: CEM-H.
La Tribuna. (2020). La cuarentena por coronavirus pone en peligro la vida de mujeres en Honduras. Recuperado de: https://www.latribuna.hn/2020/04/16/la-cuarentena-por-coronavirus-pone-en-peligro-la-vida-de-mujeres-en-honduras/.
Mies, M. (2019). Patriarcado y acumulación a escala mundial. Madrid: Traficantes de Sueños.
Milanović, B. (2020). El coronavirus igualador. Nueva Sociedad.
Ministerio Público de Honduras. (2020). Fiscales del Ministerio Público tramitan más de 80 denuncias por violencia doméstica durante cuarentena por covid19 en Honduras. [Comunicado].
Pérez Orozco, A. (2018). ¿Espacios económicos de subversión feminista? En C. Carrasco Bengoa, & C. Díaz Corral, Economía feminista: Desafíos, propuestas, alianzas (págs. 23-50). Buenos Aires: Madreselva.
Red de Trabajadoras Domésticas. (2020). Posicionamiento público. [Comunicado].
Roberts, M. (2020). ¿Vidas o medios de vida? Sinpermiso.
Segato, R. (2014). Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres. Puebla: Pez en el árbol.
Villavisión TV. (2020). Protesta de empleados de Delta Cortés S.A…. [Entrevista].